sábado, 8 de febrero de 2014

Por qué los filósofos tienen miedo

El presente filosófico es desolador. Tendemos a elegir, por alguna razón que aun ignoro, entre el posmodernismo y la filosofía analítica, entre el Dr. Posmo y su archienemigo, el Dr. Tecno. Esta lucha tiene de base dos definiciones de lo que es filosofía.  Podríamos decir, someramente, entre pensar el Ser  y más bien, la Nada ( "y" la Nada no "o" la Nada) o pensar el Lenguaje (en su vertiente formal, con su separación contextual, intentando imitar el sistema/modelo científico).  Ya la contraposición me resulta hilarante. Esa división de los territorios me recuerda a la colonización de África: repartiendo el espacio con escuadra y cartabón. Los amos de la academia, del pensar, han hablado y decidido. Los que vengan detrás, que se empadronen donde les dejen. Las nuevas academias han heredado el vicio de trazar fronteras propio de los demás imperios.

Digo que el panorama es desolador, pero es que, además, en el caso de cierta vertiente posmoderna se propone desolar como método. Hay que desesperar hasta la sangre para "luego" poder afirmar el presente, así se piensa de verdad. Pero claro está, el que des-espera ha dejado de esperar, y, por tanto, lo que pueda llegar, el nuevo pensamiento, no tiene quién le reciba. En otras palabras, ese "luego" no llega nunca. No se puede llegar a ninguna parte. Es un engaño, una depresión compartida. Es más, es la triste repetición del esquema que la posmodernidad combate: la filosofía arrinconada en una meditación aislada, solipsista, elitista, siguiendo al abuelo Kant: impopularizable. La filosofía enfermiza y ensimismada.

Como hormiga, me ha inundado con frecuencia la tristeza, pero en los últimos tiempos me ha dado por reir. Me da risa la frase "afirmar el presente". ¿Qué significa esto? Según Arendt, conservarlo y entregarlo a los que vienen para que puedan transformarlo. Una buena idea, francamente bella. Pero, ¿qué otras connotaciones tiene este supuesto "afirmar" el presente? ¿Decir sí?
Veamos, yo, individuo, miro alrededor y digo "sí". Mejor aún, mucho más atinado, digo "no" (rechazo lo que veo) para luego decir "sí" (y así afirmo el presente).  Y si no hago esto, no soy filósofo. No me querrán en ninguna parte, porque no estoy pensando "la cosa misma".  No habré tomado suficiente distancia, no habré entrado en la dialéctica del Ser y La Nada, donde el Ser y la Nada se copertenecen. El Ser es, al mismo tiempo, Nada. Su finitud le obliga. O sea, "la dialéctica de la patata frita": la Patata es, al mismo tiempo, patata y frita e irremediablemente va a ser comida. Su finitud la obliga. Debemos sentarnos a pensar y a escribir mucho acerca de esto. Vamos a encontrar ejemplos por doquier, vamos a ver analogías irrebatibles. Y vamos a decir muchas tonterías, "sin querer queriendo", como el Chavo del Ocho. Lo hemos hecho ya, para qué negarlo.

Lo de afirmar o negar el presente es una totalización absurda, pretenciosa y petulante si se toma literalmente. Es seductor pensarse a uno mismo con la mirada amplia del águila imperial que puede recoger la esencia unitaria de la realidad y decir: sí o no. Pero es un engaño ya de partida. El compromiso que uno tiene con la época que le toca vivir no puede recogerse con una afirmación categórica. No se puede, ni hace falta. Recuerda que eres mortal, recuerda que eres un humano. Eso de matar a Dios para luego creerse un Dios es avanzar poco. Poner la totalidad "debajo" como "fundamento", "trasfondo", etc,  en lugar de "arriba", en "la esfera celeste de las ideas" o en el "nóumeno" es ponerle un espejo al idealismo. Invertirlo, poner otras palabras y a seguir con lo mismo. 

Y he aquí lo que pienso, Ecce formica: los filósofos tienen miedo. Aunque nadie se denomina filósofo en vida a sí mismo -no está bien visto, conlleva problemas en nuestra microesfera- los que ejercen como tal tienen miedo. Los filósofos de Academia están atados por su famosa necesidad de afirmar el presente. Tienen miedo a la banalización y, sin embargo, lo banalizan todo, empezando por "el Todo". Huyen del dogma con otro dogma. Hay miedo a decir: la filosofía es un placer. Filosofar es pensar acerca de las cosas de este mundo. La filosofía se ocupa de cosas pequeñas, de detalles. La filosofía se mancha las manos y tiene una barriga que llenar y un corazón. La filosofía puede hablar del amor, de la muerte, del devenir... sí, pero también del cine, de la comida, de la risa o de un jardín. No tiene que esconderlo con jergas insoportables. No tiene un "deber" de repetir discursos, sino de repetir preguntas. Hay miedo a quedarse fuera de la comunidad, quizás fuera de la historia.

¿Por qué los filósofos tienen miedo? Porque se han dejado atrapar por las redes de la incomprensión. Han aceptado el papel de incomprendidos, se han rendido ante las dificultades de su presente replegándose sobre sí mismos. Se han convencido de que la incomprensión es un estatus a alcanzar y tienen miedo a reconocerse en lo cotidiano. Los filósofos, asustados, se han atrincherado en la tragedia, en la soledad, se han ensimismado en exceso y se han acostumbrado tanto que promocionan ese esquema allá donde aparecen. Miedo a que lo que hacen sea una farsa, a que de verdad no sirva para nada. Abandonar esa postura produce el miedo a faltar a la exigencias del rigor de la disciplina, a los antepasados, al mundo construído por cierta filosofía contemporánea. Es comprensible, pero hay que dejarlo de una vez por todas.

La filosofía no puede consistir en subirse a la parra y pasar ahí mismo la vida. Basta de subir y bajar, irse para volver, un paso para delante y dos para atrás, porque este baile repetitivo nos tiene cansados, además, la experiencia es que casi nadie vuelve. No podemos pensar en la permanente distancia. Es paralizante. Estamos paralizados. No podemos justificar nuestra reputación y nuestro lugar en la comunidad comprando una parcela y poniéndole vallas para culpar a los demás de que nuestras palabras no son tenidas en cuenta.

¿Cómo es posible que sean más claros en su escritura los filósofos clásicos que los filósofos recientes? ¿Qué demonios ha pasado aquí (o qué demonios han pasado por aquí)? La filosofía se puede comunicar, lo hace y lo necesita. El estilo se ha escudado en ser un sello personal y con soberbia se afirma que los textos más plomizos son fruto de ideas complejas que no se pueden expresar de otra manera. Bien, decir esto es fracasar. Seamos honestos: se hace lo que se puede, aquí no hay iluminados por el saber filosófico. La filosofía no es propiedad privada de nadie, es el testimonio de la gente que ha pensado y ha compartido el resultado de su actividad. Nada más y nada menos. Por eso está llena de luces y de sombras.

Afirmo, para terminar, que la filosofía es compartir las uvas, el jugo, saborear y disfrutar con ello. Filosofía para poder reír con franqueza, que la amargura hay que combatirla estando bien alimentado el cuerpo y el espíritu. La fuerza no sale de los abismos, a los abismos hay que llegar con fuerza. Y esa fuerza viene de vivir plenamente, de sentir, de escuchar, hablar, callar, comer, dormir y todas esas rutinas que nos exige la especie. 

"Filosofar es aprender a morir" (Montaigne); cuando llegue el momento, añado. 

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P.D: A sabiendas de que estoy predicando en el desierto, aclaro: popularizar es trazar puentes. Hay que conocer la filosofía académica si se quiere discutir con ella.


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