martes, 15 de abril de 2014

Feminismo impopular (prólogo)

Es frecuente que aparezca una situación incómoda al hablar de feminismo. Las hormigas se inquietan particularmente y aparecen actitudes de rechazo, defensa y condena. Todas ellas simultáneamente, cosa que impide de partida el desarrollo de cualquier idea al respecto.

Por una parte, todavía tiene una parcela de poder la posición ignorante según la cual el feminismo es el antónimo de machismo. Hay miedo a identificarse con eso, pero también a discutir el propio hecho de las relaciones desiguales, póngase el sexo donde se quiera.

Por otra parte, incluso cuando se asume la definición de feminismo como lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, aparece una actitud defensiva, donde ante el malestar de la discriminación se buscan culpables. "Vosotros tenéis la culpa", "ellas son las peores", "a éstas alturas, cada uno tiene lo que se merece", etc. Hablar de feminismo escuece, no gusta y genera desconcierto en las sobremesas.
El feminismo representa algo que se percibe como una acusación, no como una reflexión y como una propuesta de cambio para bien de todos. Institucionalmente se han hecho esfuerzos por popularizar esta idea, sin embargo en el terreno del discurso publico aún queda mucho por hacer.

Hoy he estado pensando algunos de los personajes populares y grupos mediáticos asociados a esta tendencia. Desde  Mafalda (o Quino) a Malala, a  Inna, del grupo Femen, pasando por la nueva heroína musulmana  del comic, Qahera, que seguro va a dar mucho que hablar.
¿Que los une, que los distingue? La lucha por un trato respetuoso y digno, una constante en los movimientos feministas. En general, hay una adhesión a la carta de los derechos humanos que constituye el corpus teórico de estos movimientos.

No obstante, hay algo que todavía precede a la lucha universal por el trato igualitario en algunos casos: las fronteras nacionales. En efecto, aparecen los viejos conflictos entre internacionalismo y nacionalismo. La lucha es justa, pero unos aspiran a la unión de los pueblos mientras que otros aspiran a que cada pueblo haga su lucha. Muy por encima de los derechos individuales, está el celo territorial. Puedo luchar por la igualdad, pero a mi manera y en mi marco cultural.
Éste es el caso de Qahera, una heroína con velo que lucha por la justicia y la igualdad, pero que desdeña a grupos como femen. Entiende como una forma de opresión el que la mujer blanca traslade su lucha a su país. Si bien su hartazgo de las imposiciones de occidente puede estar justificado, hay ideas que vengan de donde vengan merecen la consideración y el apoyo a aquellos que las defienden. Que aún preocupe más quién lo dice que qué dice nos indica que seguimos nadando en la superficie.

Otra cuestión: el método, al más puro estilo cartesiano. La protesta debe cuidar muy bien su aspecto, su lugar y sus caras, ya que de forma automática se desacredita, más en el caso de la lucha feminista. Las del pecho descubierto son unas "histéricas", las que se concentran con camiseta y pancarta "un grupo inofensivo de desocupadas" y, en casi todos los casos, se buscan razones de gran alcance para desacreditar al interlocutor, de manera que se evita escuchar un discurso disidente.
Por fortuna, no queda silenciada la discusión.

Eso sí, las hormigas se resisten.




sábado, 8 de febrero de 2014

Por qué los filósofos tienen miedo

El presente filosófico es desolador. Tendemos a elegir, por alguna razón que aun ignoro, entre el posmodernismo y la filosofía analítica, entre el Dr. Posmo y su archienemigo, el Dr. Tecno. Esta lucha tiene de base dos definiciones de lo que es filosofía.  Podríamos decir, someramente, entre pensar el Ser  y más bien, la Nada ( "y" la Nada no "o" la Nada) o pensar el Lenguaje (en su vertiente formal, con su separación contextual, intentando imitar el sistema/modelo científico).  Ya la contraposición me resulta hilarante. Esa división de los territorios me recuerda a la colonización de África: repartiendo el espacio con escuadra y cartabón. Los amos de la academia, del pensar, han hablado y decidido. Los que vengan detrás, que se empadronen donde les dejen. Las nuevas academias han heredado el vicio de trazar fronteras propio de los demás imperios.

Digo que el panorama es desolador, pero es que, además, en el caso de cierta vertiente posmoderna se propone desolar como método. Hay que desesperar hasta la sangre para "luego" poder afirmar el presente, así se piensa de verdad. Pero claro está, el que des-espera ha dejado de esperar, y, por tanto, lo que pueda llegar, el nuevo pensamiento, no tiene quién le reciba. En otras palabras, ese "luego" no llega nunca. No se puede llegar a ninguna parte. Es un engaño, una depresión compartida. Es más, es la triste repetición del esquema que la posmodernidad combate: la filosofía arrinconada en una meditación aislada, solipsista, elitista, siguiendo al abuelo Kant: impopularizable. La filosofía enfermiza y ensimismada.

Como hormiga, me ha inundado con frecuencia la tristeza, pero en los últimos tiempos me ha dado por reir. Me da risa la frase "afirmar el presente". ¿Qué significa esto? Según Arendt, conservarlo y entregarlo a los que vienen para que puedan transformarlo. Una buena idea, francamente bella. Pero, ¿qué otras connotaciones tiene este supuesto "afirmar" el presente? ¿Decir sí?
Veamos, yo, individuo, miro alrededor y digo "sí". Mejor aún, mucho más atinado, digo "no" (rechazo lo que veo) para luego decir "sí" (y así afirmo el presente).  Y si no hago esto, no soy filósofo. No me querrán en ninguna parte, porque no estoy pensando "la cosa misma".  No habré tomado suficiente distancia, no habré entrado en la dialéctica del Ser y La Nada, donde el Ser y la Nada se copertenecen. El Ser es, al mismo tiempo, Nada. Su finitud le obliga. O sea, "la dialéctica de la patata frita": la Patata es, al mismo tiempo, patata y frita e irremediablemente va a ser comida. Su finitud la obliga. Debemos sentarnos a pensar y a escribir mucho acerca de esto. Vamos a encontrar ejemplos por doquier, vamos a ver analogías irrebatibles. Y vamos a decir muchas tonterías, "sin querer queriendo", como el Chavo del Ocho. Lo hemos hecho ya, para qué negarlo.

Lo de afirmar o negar el presente es una totalización absurda, pretenciosa y petulante si se toma literalmente. Es seductor pensarse a uno mismo con la mirada amplia del águila imperial que puede recoger la esencia unitaria de la realidad y decir: sí o no. Pero es un engaño ya de partida. El compromiso que uno tiene con la época que le toca vivir no puede recogerse con una afirmación categórica. No se puede, ni hace falta. Recuerda que eres mortal, recuerda que eres un humano. Eso de matar a Dios para luego creerse un Dios es avanzar poco. Poner la totalidad "debajo" como "fundamento", "trasfondo", etc,  en lugar de "arriba", en "la esfera celeste de las ideas" o en el "nóumeno" es ponerle un espejo al idealismo. Invertirlo, poner otras palabras y a seguir con lo mismo. 

Y he aquí lo que pienso, Ecce formica: los filósofos tienen miedo. Aunque nadie se denomina filósofo en vida a sí mismo -no está bien visto, conlleva problemas en nuestra microesfera- los que ejercen como tal tienen miedo. Los filósofos de Academia están atados por su famosa necesidad de afirmar el presente. Tienen miedo a la banalización y, sin embargo, lo banalizan todo, empezando por "el Todo". Huyen del dogma con otro dogma. Hay miedo a decir: la filosofía es un placer. Filosofar es pensar acerca de las cosas de este mundo. La filosofía se ocupa de cosas pequeñas, de detalles. La filosofía se mancha las manos y tiene una barriga que llenar y un corazón. La filosofía puede hablar del amor, de la muerte, del devenir... sí, pero también del cine, de la comida, de la risa o de un jardín. No tiene que esconderlo con jergas insoportables. No tiene un "deber" de repetir discursos, sino de repetir preguntas. Hay miedo a quedarse fuera de la comunidad, quizás fuera de la historia.

¿Por qué los filósofos tienen miedo? Porque se han dejado atrapar por las redes de la incomprensión. Han aceptado el papel de incomprendidos, se han rendido ante las dificultades de su presente replegándose sobre sí mismos. Se han convencido de que la incomprensión es un estatus a alcanzar y tienen miedo a reconocerse en lo cotidiano. Los filósofos, asustados, se han atrincherado en la tragedia, en la soledad, se han ensimismado en exceso y se han acostumbrado tanto que promocionan ese esquema allá donde aparecen. Miedo a que lo que hacen sea una farsa, a que de verdad no sirva para nada. Abandonar esa postura produce el miedo a faltar a la exigencias del rigor de la disciplina, a los antepasados, al mundo construído por cierta filosofía contemporánea. Es comprensible, pero hay que dejarlo de una vez por todas.

La filosofía no puede consistir en subirse a la parra y pasar ahí mismo la vida. Basta de subir y bajar, irse para volver, un paso para delante y dos para atrás, porque este baile repetitivo nos tiene cansados, además, la experiencia es que casi nadie vuelve. No podemos pensar en la permanente distancia. Es paralizante. Estamos paralizados. No podemos justificar nuestra reputación y nuestro lugar en la comunidad comprando una parcela y poniéndole vallas para culpar a los demás de que nuestras palabras no son tenidas en cuenta.

¿Cómo es posible que sean más claros en su escritura los filósofos clásicos que los filósofos recientes? ¿Qué demonios ha pasado aquí (o qué demonios han pasado por aquí)? La filosofía se puede comunicar, lo hace y lo necesita. El estilo se ha escudado en ser un sello personal y con soberbia se afirma que los textos más plomizos son fruto de ideas complejas que no se pueden expresar de otra manera. Bien, decir esto es fracasar. Seamos honestos: se hace lo que se puede, aquí no hay iluminados por el saber filosófico. La filosofía no es propiedad privada de nadie, es el testimonio de la gente que ha pensado y ha compartido el resultado de su actividad. Nada más y nada menos. Por eso está llena de luces y de sombras.

Afirmo, para terminar, que la filosofía es compartir las uvas, el jugo, saborear y disfrutar con ello. Filosofía para poder reír con franqueza, que la amargura hay que combatirla estando bien alimentado el cuerpo y el espíritu. La fuerza no sale de los abismos, a los abismos hay que llegar con fuerza. Y esa fuerza viene de vivir plenamente, de sentir, de escuchar, hablar, callar, comer, dormir y todas esas rutinas que nos exige la especie. 

"Filosofar es aprender a morir" (Montaigne); cuando llegue el momento, añado. 

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P.D: A sabiendas de que estoy predicando en el desierto, aclaro: popularizar es trazar puentes. Hay que conocer la filosofía académica si se quiere discutir con ella.


lunes, 8 de abril de 2013

Hambre y Esperanza

"Y la máxima responsabilidad que puede pensarse humanamente llega a quien desata y ayuda a que un pueblo despierte de ese semisueño y se abra a la esperanza enteramente, a la esperanza inmediata. Esperanza que es también hambre de siglos y hambre de todo, de pan - en casi todos los pueblos del planeta - de vivir en forma activa y más personal: hambre de toda clase de bienes. Y el peor de los delitos sería especular con el hambre y con la esperanza de un pueblo. La peor acción y la más peligrosa, pues el hambre y la esperanza son los motores más activos de la vida humana"

María Zambrano

viernes, 22 de febrero de 2013

El punto de vista de las hormigas

Hay que leer las noticias con la resignación del que se toma una medicina necesaria de sabor repugnante y cuyos efectos son meramente paliativos. Hay que leerlas como se comulga en misa, como un ritual de contacto con la sociedad, con la actualidad, con el mundo. Las noticias se sirven en ordenadas toneladas de información indiscriminada. O deformación. O amorfación. Se fagocitan unas a otras, estallan y se disuelven, reaparecen y, en definitiva, se comportan como una superficie solar cuya visión provoca una mezcla entre fascinación y miedo. Son novedades o viejas conocidas, son lo último que llega en palabra o imagen. Son el testimonio del afuera y la formalización de lo interno. La mayoría se redactan muy rápido, con palabras inadecuadas, con efectos inoportunos, con imágenes repetitivas. Las noticias nos sirven y nosotros servimos a las noticias. Parecen una fuente de conocimiento, algunas aparentan análisis crítico. Aun así, el ojo de las hormigas es desconfiado y por eso contrasta. Es una máxima: ¡Hay que contrastar siempre! ¡Sería irresponsable no hacerlo! ¿Con qué hay que contrastar? ¡Pues con más noticias! Mi visión es fiable porque lo leí en varios periódicos, lo escuché en varias emisoras y lo vi en varios canales de televisión. Contrasto los estallidos para comprobar "el estallido", comparo la pugna entre fuerzas "El gobierno miente"/"El gobierno cumple su deber" y me mantengo en un meridiano suspenso, para que nada explote o "explosione" (como dicen en los diarios).

Tengo mis sospechas, pero no puedo negar las noticias del todo. Eso sería demasiado. Eso sería alejarme de lo público. Traicionar el generoso aviso del hormiguero que cada día se esfuerza en mantenerme informado o deformado. Si no leo las noticias puede que lea otra cosa o puede que experimente por mi mismo algo, alguien... Tal vez, si no las leo, acabe creyendo que en realidad no sé tanto acerca de lo que me rodea y que mi información es tan fragmentaria y caprichosa que no se corresponde con nada de lo que hay a mi alrededor. La realidad con seguridad dejaría de resultarme evidente, el desfile de obviedades se acabaría quedando sin marchantes. Es posible que entonces tenga que salir yo a comprobar, si es que quiero conocer. Es probable que me sintiera irremediablemente sola, desorientada, impertinente entre los míos. Sin ellas, seguramente, tendría mucho más miedo. Sin ellas sólo encontraría un puñado de hormigas como yo, en desordenada convivencia, desguazando el terreno habitable, prestándose ayuda y luchando al mismo tiempo. Hormigas corriendo de aquí para allá, trazando caminitos, recortando hojas y comiendo hongos. Hormigas agrupándose para marchar contra un tifón de agua en previsible fracaso. 

Hormigas que comentan las noticias y señalan, y hablan de su "punto de vista". Su "punto de vista" es un piadoso operar del lenguaje; porque las hormigas, como saben todos los demás, somos ciegas. 

miércoles, 6 de febrero de 2013

Comprimido efervescente de Deleuze, por si la desazón aprieta.


Cuando alguien pregunta para qué sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva ya que la pregunta se tiene por irónica y mordaz. La filosofía no sirve ni al Estado ni a la Iglesia, que tienen otras preocupaciones. No sirve a ningún poder establecido. La filosofía sirve para entristecer . Una filosofía que no entristece o no contraría a nadie no es una filosofía. Sirve para detestar la estupidez, hace de la estupidez una cosa vergonzosa. Sólo tiene este uso: denunciar la bajeza del pensamiento bajo todas sus formas. ¿Existe alguna disciplina, fuera de la filosofía, que se proponga la crítica de todas las mixtificaciones, sea cual sea su origen y su fin? Denunciar las ficciones sin las que las fuerzas reactivas no podrían prevalecer. Denunciar en la mixtificación esta mezcla de bajeza y estupidez que forma también la asombrosa complicidad de las víctimas y de los autores. En fin, hacer del pensamiento algo agresivo, activo y afirmativo. Hacer hombres libres, es decir, hombres que no confundan los fines de la cultura con el provecho del Estado, la moral o la religión. Combatir el resentimiento, la mala conciencia, que ocupan el lugar del pensamiento. Vencer lo negativo y sus falsos prestigios. ¿Quién, a excepción de la filosofía, se interesa por todo esto? La filosofía como crítica nos dice lo más positivo de sí misma: empresa de desmixtificación. Y, a este respecto, que nadie se atreva a proclamar el fracaso de la filosofia. Por muy grandes que sean, la estupidez y la bajeza serían aún mayores si no subsistiera un poco de filosofia que, en cada época, les impide ir todo lo lejos que querrían, que respectivamente les prohíbe, aunque sólo sea por el qué dirán, ser todo lo estúpida y lo baja que cada una por su cuenta desearía. No les son permitidos ciertos excesos, pero ¿quién, excepto la filosofía, se los prohíbe? ¿quién les obliga a enmascararse, a adoptar aires nobles e inteligentes, aires de pensador? 


(G. Deleuze, Nietzsche y la filosofía)



P.D: Desmixtificación, sí, tal cual está escrito.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

No seamos prácticos

El discurso del pragmatismo es tan viejo como el hambre, es más, justamente en ella tiene su origen. En tiempos de carestía, necesidad o descontento resurge la discusión, el debate y la búsqueda de acuerdo y soluciones. Topamos con un momento de análisis, otro de crítica al propio análisis y, después, llega el momento de sacar las cestas de soluciones. Hasta aquí distinguimos un proceso que, pese a lo precario que anima las circunstancias, es enriquecedor. Pero entonces, se enciende la bombilla del “Seamos prácticos”. Las soluciones que se basen en ideales o atenten demasiado contra lo que ya se tiene quedan fuera. Son cestas de navidad que se comen en las cenas y de las que luego nadie se acuerda. El discurso del pragmatismo es extremadamente convincente, extendido en los bancos de derecha e izquierda. Adopta, sin embargo, distintas formas. Para la derecha ser prácticos es “dejadmelo todo a mi”, dadle el mando a papá, que es el que sabe. Busquemos un padre conservador que se va a encargar de mantener el bien y el mal donde siempre han estado: arriba el bien (para ellos) y abajo el mal (para los demás). Para la izquierda ser prácticos es “pasar por el aro” y además empezar a hacer disoluciones y brebajes que no se traga nadie. Olvida lo del reparto, no rechaces tanto la economía de mercado, es que hay que darle dinero a los bancos, la izquierda no tiene por qué rechazar a la iglesia, etc. Ser prácticos para los unos es hacer lo que llevan haciendo desde tiempos del feudalismo y para los otros parecerse a los otros un poco para tomar un trozo del poder. Es decir, los de derechas son muy poderosos y los de izquierdas son más idealistas pero siguen pensando que para ser poderosos hay que ser como los otros. En los casos extremos, cuando han tenido poder absoluto, han llevado a cabo formas similares de totalitarismos sanguinarios. Eso si, siendo muy prácticos.


Feliz coincidencia, por mucho que el debate relativista y algunas honrosas excepciones quieran, la de que ser de derechas y estar forrado suelan ir de la mano. ¿Que pasa cuando las clases trabajadoras, que dependen en alto grado de las ayudas del estado, votan también a los conservadores? ¿No será algo así como lo de usar la misma raqueta que Nadal, el mismo pintalabios que Scarlett Johansson? Es decir, que si hago lo que hacen ellos me convierto en uno de ellos. Si la jirafa estira el cuello le crecerá y lo heredarán sus descendientes. Una mentira como un castillo, pero que sigue surtiendo efectos en la actualidad. Siendo prácticos y dejando de lado las tonterías, se consiguen las cosas importantes de la vida. Este lema lo han compartido toda clase de movimientos, pensadores, hasta yo lo comparto cuando se trata de hacer un trabajo escrito o preparar un bizcocho. Pero no vale como argumento en la discusión política, es muy dañino y empobrecedor, no está a la altura que conviene a las cuestiones de las formas de gobierno (¡que hay más de una y de dos, por cierto!)

¿Desde cuando es práctico crear una sociedad ideológicamente uniforme? ¿Que tiene de útil engañarse con falsos concilios?

Que la derecha siga siendo una roca y la izquierda una bomba de humo. La roca se mantendrá en su sitio y el gas, por más que ocupe todo el espacio, será completamente invisible.

Por favor, dejemos de ser prácticos.




(Post rescatado de lacasayelarbol.wordpress.com , mi anterior blog)

martes, 18 de diciembre de 2012

La dignidad de las hormigas

Me pregunto por qué a estas alturas del siglo hay que defender la filosofia. Por qué hay que rescatarla si está ya inserta en la sociedad como está inserta la palabra. Y la respuesta, como no, me viene dada en leyes, discursos y pragmatismos varios: no sirve para nada. 

Si bien el pensamiento aflora más bien fuera que dentro de la academia, es preciso que haya una academia a la que acudir o de la que marcharse. La academia es una institución pública, un asilo del imperativo mal llamado "práctico", un refugio del puro negocio, un lugar donde adentrarse en el pensamiento con la ayuda de los profesores o a pesar de ellos. Es un espacio de búsqueda y encuentro. En la academia se recupera, se traduce y se reescribe el pensamiento. De vez en cuando hay pensamiento original, otras veces la labor es más bien hermenéutica. Las más es difusión y práctica del pensamiento crítico. 

¿En que momento ha decidido la sociedad, y con ella el gobierno (o al revés), que el pensamiento crítico es una afición de unos pocos? ¿que quiere decir que se considera "alternativo" o, peor aun, igual a la religión en un instituto? ¿que supone acorralarlo y reducirlo a una optatividad? Supone que el pensamiento, la filosofía, es una opción. Una opción más de tantas otras, algo a elegir. Una conclusión lamentable, fruto de una política que no sé si calificar de estúpida o de cruel.

¡Ya está bien de excusas como que cada uno aun pueda leer por su cuenta, o hacer de ello un hobby! ¡Valiente consuelo! La educación básica es un sin sentido absoluto si carece de pensamiento crítico. Dar y pedir razones es lo que nos hace "personas" y "sociedad" en conjunto porque de momento, sólo nacemos humanos (demasiado humanos). La filosofía es lo propio del hombre, es su segunda naturaleza. Eliminandola y humillándola en el discurso público se elimina y humilla a las personas. 
Para comprender, para crecer, para inventar hace falta tener amor al saber, al conocimiento. Curiosidad, respeto, ánimo, fuerza... Si el medio de discusión deja de ser la palabra, ¿cual si no? ¿tal vez las armas? Si no se enseña a pensar y se adoctrina de manera estéril, se condena a la gente a la infelicidad y a la sociedad a su acabamiento. 

Defender la filosofía es defender la dignidad, aunque sea la dignidad de las hormigas.